martes, 22 de julio de 2008

Isla de Flores y conejos

Publicada en la diaria, 22 de julio, 2008

No son muchos los uruguayos que conocen la Isla de Flores, aunque está a la vista de cualquiera que camine por la rambla. Su historia incluye un faro que ilumina al Río de la Plata y un lazareto que albergó a enfermos pestilenciales, y también funcionó como cárcel política, por ejemplo, durante la dictadura de Gabriel Terra. Ésas son sólo algunas de sus múltiples características.


Historia pura. Anécdotas de presidarios e inmigrantes se esconden a menos de seis millas de Montevideo, en dos o tres islotes (o “mogotes”, como se decía antiguamente), según la pleamar del momento. La Isla de Flores está ubicada entre la rambla costanera y el Banco Inglés, que representó uno de los mayores peligros para la navegación del Río de la Plata hace varios siglos. De allí la actual utilidad de la isla: avisarles a los navegantes, mediante la luz de su faro, que están cerca del banco (o “tragabarcos”, como se lo conocía en la época).
Su nombre tiene un origen incierto: hay tres hipótesis al respecto, pero ninguna está confirmada.
La primera es que fue descubierta durante la Pascua de Florida, por la expedición de Juan Díaz de Solís en 1516, y así fue bautizada. Otra creencia es que no fue Solís sino los hermanos Froes (en portugués antiguo, “flor”) quienes avistaron primero la isla. Y también hay quienes piensan que se llama Isla de Flores por la cantidad de flores que crecen en sus casi dos kilómetros de tierra. Juan Antonio Varese, escribano que estudió durante años la historia de nuestras costas, tiene su propia versión sobre este asunto. Afirmó: “La expedición de Solís llegó en febrero a Uruguay, pero la Pascua de Florida es en marzo o abril. Lo de los hermanos Froes sería una versión no oficial, que puede ser perfectamente cierta. Incluso se sostiene que el primero en llegar a la isla fue Vasco da Gama”. Por último, basta con visitar la isla para coincidir con Varese: “Es un pedregal”.

Seguridad para navegantes
Desde hace 180 años, un faro de origen portugués ilumina el Río de la Plata noche a noche. Su construcción llevó unos 40 años y, por poco, le cuesta a Uruguay buena parte de sus tierras: “El Cabildo de Montevideo ofreció al emperador de Brasil determinados territorios al norte del país, a cambio del dinero para la construcción del faro. Pero el emperador nunca firmó el documento”, contó Varese, quien visitó la isla por primera vez en 1996, y en el año 2000 publicó, junto al fotógrafo Eduardo Langguth, el libro Historias y leyendas de la Isla de Flores, y ahora prepara otro con testimonios de quienes vivieron allí.
En el siglo III a.C. se construyó el primer faro de la historia, en Alejandría (Egipto), considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. De este lado del mundo, la Isla de Flores resplandeció por primera vez el 1º de enero de 1828 y la prensa de la época lo registró con orgullo: “Esa tarde, Montevideo vivió el acontecimiento con festejos de alegría. Al anochecer, toda la población se volcó sobre las murallas para asistir al primer destello, que se encendía y eclipsaba periódicamente. Alivio para la gente, esperanza para el comercio y seguridad para el navegante” (Semanario Mercantil, 12/01/1828).
Antes de la construcción del faro, la isla vivía en “la oscuridad total, la gente navegaba por estima”, explicó Varese.
No será una de las maravillas del mundo, pero el faro de Isla de Flores fue declarado patrimonio nacional en 1975. Marcelo Larrobla, jefe de Relaciones Públicas de la Armada, cuenta que el faro “emite dos destellos cada 16 segundos y su alcance lumínico es de 18,6 millas, unos 36 kilómetros”.
Además de la ventaja que significaba el avistamiento de la luminosidad emitida por el faro para los navegantes nocturnos que se aventuraban el Río de la Plata, había gente encargada de llevar de forma segura a quienes querían realizar la travesía que implicaba ir a Montevideo o Buenos Aires: los “prácticos”. Según contó el escribano-investigador, “se trasladaban en pequeñas lanchitas que iban a toda velocidad, levantaban una bandera y les ofrecían servicios de prácticos, o sea, un experto que guiara la nave: ‘Le cobro tanto por llevarlo sano y salvo hasta el puerto”.

Visitas de toda clase
La viruela, el cólera y la fiebre amarilla fueron algunas de las epidemias que padeció Montevideo
a mediados del siglo XIX. Para evitar contagios, los sanos debían estar separados de los enfermos.
Los viajeros que venían a Uruguay no podían pisar tierra firme hasta ser revisados por un médico, como indicaban las autoridades sanitarias de todo el mundo; más allá de lo que dictaba la creencia de la época, la medida no era del todo segura, ya que en las noches muchos escapaban a ver a sus familias. En 1881, la Junta Nacional de Sanidad declaró obligatoria la cuarentena, que no significaba siempre 40 días: en este caso, era de 24 horas como mínimo.
La norma mandaba enviarlos a un lugar apartado: primero fue la Isla de Ratas, lo que tampoco resultó efectivo, porque algunos cruzaban a nado la bahía hasta llegar a la costa. Entonces, en el segundo gobierno de Venancio Flores (1865), en la Isla de Flores comenzó a construirse un lazareto: un hospital para aislar a quienes sufrían enfermedades infecciosas.
Mientras que en Argentina las cuarentenas se cumplían en Martín García, en Uruguay se inauguró en 1869 un Hotel de Inmigrantes, porque “lazareto’ sonaba a que eran unos pestosos”, aostuvo Varese. Entonces, las embarcaciones tenían una parada obligada en la isla, en donde los visitantes eran revisados: se los dividía en sanos, enfermos y muertos. A los primeros se los dejaba seguir viaje; a los segundos, se les desinfectaba su ropa mientras ocupaban sus habitaciones, y a los terceros se los llevaba al crematorio ubicado en la punta izquierda de la isla (si se la mira desde Montevideo).
El hospital estaba dividido por clases: había habitaciones con más o menos comodidades, de acuerdo a la posición económica de los pasajeros. Los que llegaban en primera, que traían a sus sirvientes y, obviamente, tenían más dinero, iban directo a las mejores instalaciones (que incluían una biblioteca y una sala para ocasionales conciertos de piano). “Quienes venían en tercera, italianos, españoles, inmigrantes en general, esos que venían a hacerse la América, quedaban en la parte más popular del lazareto, donde las habitaciones eran compartidas”, contó el investigador.
“Una señora viuda, recluida en la tercera isla por estar contagiada de fiebre amarilla, se cura tras los atentos cuidados de un enfermero”, cuenta el libro. Un tiempo después, “se halla sana y la trasladan junto a sus hijas”. No todo eran trámites, enfermedad y muerte en la Isla de Flores. “La historia terminará en casamiento entre el practicante y su paciente”, se lee en Historias...
Entre 1873 y 1891 pasaron por la isla casi 58.000 personas. El libro de Varese aporta un dato particularmente interesante al respecto: “Durante esos 18 años, sólo se produjeron 76 defunciones. Y, contrariamente a lo que pudiera suponerse, sólo 14 murieron por enfermedades de alto riesgo”.
La medicina progresó, y el aislamiento de los enfermos ya no fue necesario. En 1935 cesaron oficialmente las actividades del lazareto, luego de 66 años de hospedar a los desdichados visitantes de nuestras costas.

Los condenados
“¿Tú te llevarías bien con diez amigos durante 40 días en una piecita de tres por tres?”, pregunta Varese. Contó que hace unos años, quienes iban a Antártida o en misiones especiales y tenían que convivir con extraños, previamente pasaban por un período de entrenamiento, que consistía en “quedarse 40, 50 días en una isla o en un lugar apartado, para que se mostraran como eran y supieran si se podían tolerar mutuamente”.
Salvando las distancias, se puede decir que Uruguay tuvo su propia Alcatraz. La Isla de Flores funcionó como presidiario, pero en el silencio y con total desconocimiento por parte de sus habitantes. Estaba destinada, más que nada, a quienes participaron en movimientos políticos: "En la revolución de 1897, pero sobre todo en la de 1904, se enviaron muchos jóvenes revolucionarios blancos”, indicó Varese. En esas ocasiones, las condenas eran breves, de pocos días, y servían como una penitencia. El ajetreo en la prisión aumentó durante el golpe de Estado de Gabriel Terra (1933-1938). Algunos de los que pasaron esta negativa experiencia en la isla fueron Andrés Martínez Trueba y Alfeo Brum (hermano de Baltasar), futuros presidente y vicepresidente de la República.
Hubo más de 150 presos durante la dictadura de Terra que fueron enviados a Flores y permanecieron allí más de un año. El lugar se eligió porque disminuía la posibilidad de una fuga para los privados de libertad. “¿Dónde mejor que en una isla? De ahí sabían que no se iban a escapar, nadie se iba a tirar al mar. Se necesitaba poca vigilancia”, aseguró Varese.
En 1935, un grupo de presos hizo llegar a Montevideo una carta para dar a conocer su situación: “Los confinados en este peñasco inhóspito queremos documentar, por la expresión estricta de la verdad, el estado humillante de privaciones y vejámenes a que se nos somete […] Alojados en vastas y desoladas cuadras, en donde permanecemos rigurosamente enclaustrados, bajo la amenaza de los fusiles, sin el recreo que se tolera a los propios encausados por delitos atroces, echados sobre colchones de paja provenientes del lazareto, asquerosamente manchados, sin camas, frazadas ni sábanas, dejamos fluir lentísimamente las horas interminables, mezclados los sanos con los enfermos”.

En ruinas
Al igual que hace 200 años, por estos días la única utilidad de la isla es el faro. Las instalaciones están destruidas y está prohibida la entrada a las pocas que conservan el techo, ya que hay peligro de derrumbe.
A diferencia de 1828, y gracias a su riquísima historia, ahora se puede hablar de un pedacito de tierra en medio del Río de la Plata que podría ser explotado para el turismo. Varese afirmó que los grupos de estudiantes son los más interesados en conocer la isla; incluso contó que hubo un grupo de jóvenes latinoamericanos que la estudiaron primero y luego viajaron a Montevideo para
la travesía. Varese considera que podría ser una opción de fin de semana, viajar en velero y comer un asado en esta tierra repleta de conejos (y, ocasionalmente, gaviotas). Pero aclara: “En estos tiempos hay que cuidar la ecología. Y tiene que rendir económicamente. Lo que no se puede
permitir es construir un hotel o un casino”.
“Para mí sería muy importante que se reciclara una de las construcciones para establecer una especie de museo testimonial -avanzó Varese-. Se podría colocar fotografías e instrumentos, mostrar gráficamente cómo fue la historia de las enfermedades, dar a conocer detalles sobre la inmigración. Sería lindo que un grupo de escolares fuera a la isla y en medio de la visita alguien les diese charlas, que subieran al faro… Desde el punto de vista educativo creo que sería muy importante”.
Pero hoy en día, la isla ni siquiera cuenta con baños para el poco público que la visita. No está permitido subir los 70 escalones del faro para apreciar la fantástica vista, a menos que antes se coordine con el Servicio de Iluminación y Balizamiento de la Armada (Serba). “Si alguien desea conocer la isla, debe dirigirse al Puerto del Buceo, donde existe una lancha de tráfico que se encarga del traslado de personas a la Isla”, indicó Larrobla, quien aclaró que no conoce los costos.

1.000 watts
Tal como se lee en el libro de Varese, desde los 50, distintos grupos de la Facultad de Humanidades, el Museo de Historia Natural, la Sociedad de Amigos de la Arqueología y el Grupo de Estudios de Ciencias Naturales “visitan la isla para estudiar su morfología y las instalaciones del lazareto, las migraciones de las aves, la fauna y la flora, etcétera”.
El actual equipo lumínico es un farol inglés, traído en 1909, según afirmó el suboficial Julio González, una de las cuatro personas que viven en la isla durante una quincena y regresan a su casa en la siguiente. “Es un equipo Dalen, que funciona con una lámpara de 1.000 watts de potencia; se mueve con facilidad porque flota sobre mercurio. En caso de que se rompa o se queme la luz, tenemos un farito de emergencia”, explicó González.
Tres ministerios participan del mantenimiento de la isla: el de Transporte y Obras Públicas, el de Ganadería, Agricultura y Pesca, y el de Defensa. La única tarea que se realiza es la referente al faro. Desde la Armada se informó que no conocen proyectos futuros para la isla. Aunque ideas
sobran.
Fotografía: Fernando Morán.

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Visitas ilustres
Lorenzo Latorre, Máximo Tajes, Claudio Williman y José Batlle y Ordóñez, acompañado por Pedro Figari, visitaron la isla en calidad de presidentes de la República. En 1889, monseñor Mariano Soler, arzobispo de Montevideo, debió permanecer diez días en Flores para cumplir la obligada cuarentena.
Incluso Carlos Gardel y Alfredo Zitarrosa estuvieron en la isla; si bien los datos no tienen confirmación documental, Varese los incluyó en su libro basándose en los testimonios de quienes vivieron en Flores.

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Historia de un faro
1516 - Según la versión oficial, el Río de la Plata y la isla fueron descubiertos por el marino español Juan Díaz de Solís.
1792 - Naufragio de Nuestra Señora de Loreto en la punta de San José. El farol de popa correspondiente a la fragata se lleva a la Isla de Flores.
1797 - El rey español Carlos IV ordena construir los faros de la Isla de Flores y del Cerro.
1803 - Se provee del dinero al gobernador de Montevideo para la realización del faro.
1804 - Por real orden, se envía al Río de la Plata al ingeniero hidráulico Eustaquio Giannini, quien aconseja realizar las obras del faro en la Isla de Flores, “para bien de la Humanidad”.
1806 - Los problemas derivados de la invasión inglesa, así como de la invasión de la península por las tropas de Napoleón, posponen el proyecto de construir el faro.
1811 - El virrey Elío, desde Montevideo, redacta un manifiesto sobre la necesidad de construir el faro en la Isla de Flores.
1818 - Comienza la construcción de la torre.
1819 - Se realiza un acuerdo secreto del Cabildo de Montevideo con el barón de la Laguna, que nunca fue ratificado por la corte de Portugal, consciente de su falta de validez jurídica. Paralelamente, las obras son suspendidas: la fragata encargada del traslado de materiales se perdió definitivamente tras un terrible temporal.
1824 - Un nuevo naufragio en el Banco Inglés replantea la cuestión del faro. El Consulado aprovecha la ocasión para recomendar la prosecución de la obra, lo que es avalado.
1826 - Comienzo efectivo de las obras.
1827 - Terminación de la torre e instalación de la linterna.
1828 - Inauguración del faro el 1º de enero.
1835 - La firma del tratado internacional de inmigración entre España y la República Oriental del Uruguay posibilita la primera oleada de inmigrantes.
1850 - La isla empieza a ser utilizada como “paraje de cruza” por los prácticos del río, quienes ofrecen sus servicios a los buques para entrar al puerto de Montevideo o continuar hasta Buenos Aires.
1856 - La Junta de Sanidad decreta una cuarentena obligatoria a cumplirse en la Isla de Ratas.
1857 - Se propaga la epidemia de fiebre amarilla en Montevideo.
1865 - Surge el proyecto de construir un lazareto en la isla.
1869 - Se inauguran las primeras instalaciones del lazareto en la isla de Flores.
1870 - Se construye una capilla.
1872 - El faro pasa a depender de la Capitanía del Puerto de Montevideo.
1881 - La Junta de Sanidad Marítima decreta un plazo mínimo de 24 horas de observación sanitaria.
1888 - Se inaugura el Departamento de Desinfección.
1896 - Se construyen oficinas para el correo y el telégrafo, y se comienza a hacer una terraza frente a la entrada del lazareto para “aumentar la diversión y el esparcimiento”.
1897 - Primeras visitas de “paseantes”: familiares de los enfermos y excursionistas aficionados a la pesca.
1903 - Se construye una capilla y un crematorio.
1904 - Por primera vez, la isla se usa como prisión política.
1908 - La Armada pasa a hacerse cargo del faro.
1910 - Nuevos enfrentamientos políticos llevan a la momentánea detención de 82 nacionalistas en la isla.
1933 - Tras el golpe de Estado de Terra, la isla vuelve a ser utilizada para recluir presos políticos.
1934 - Se cumple la última cuarentena en el lazareto, debida a una epidemia de viruela.
1935 - Cese oficial de la actividad del lazareto, tras 66 años de actividad ininterrumpida.
1961 - El Ministerio de Salud Pública retira sus instalaciones del lazareto. El material aprovechable es trasladado a la colonia Etchepare de Montevideo.
1968 - Transitoriamente, la isla vuelve a utilizarse para detenciones políticas.
1985 - El faro es electrificado mediante un generador.

Fuente: Varese, Juan Antonio. Langguth, Eduardo. Historias y leyendas de la isla de Flores.

1 comentario:

Daiana dijo...

Buenas Matilde! Excelete te felicito me encanto!! Hasta pronto Daiana