Columna de
opinión publicada en el portal In situ, en abril de 2012.
La costumbre
de los medios de usar información personal, con dudoso interés periodístico, es
cada vez más frecuente. Las fuentes, esas que nos enseñaron que hay que
cultivar, cuidar, ganarnos su confianza y, sobre todas las cosas, respetar,
ahora se limitan a “lo que se dice” en las redes sociales. ¿Desde cuándo es
noticia que se creó un grupo en Facebook? ¿Acaso el limitadísimo universo que
conforman algunos centenares de amigos que tiene un periodista refleja una
postura de la sociedad, o representa algo siquiera? O peor: ¿nadie se pregunta
si esa información es privada, si es personal, si puede usarse o, al menos, si
correspondería pedir permiso para publicarla en un medio de comunicación
masivo?
Un hombre mató a golpes a su ex esposa
delante de su hija de 11 años y su hermana mayor -de 14- tuvo la (¿mala?) idea
de escribir en Facebook lo que sentía. Varios medios copiaron y pegaron ese
texto en sus portales de noticias. Como si fuera poco, lo acompañaron de una
fotografía también tomada del Facebook de la adolescente, donde borraron
el rostro de la jovencita.
Pregunta. En el momento en que el
periodista o el editor advirtieron que no podían mostrar la cara de la menor,
¿a ninguno se le ocurrió que quizá tampoco “podían”, que no “debían”, publicar
ese texto?
La respuesta -la defensa- puede ser breve
y simple: “lo publicó en Facebook, quería que lo leyeran”.
Otra pregunta. ¿Acaso todo lo que allí se
dice es público? ¿Acaso es de interés periodístico o es simple morbo?
Era lo más fácil. Es mucho más rápido y
económico compartir ese texto bajo la sección Policiales que pedirle a un
periodista que haga algunas llamadas e intente averiguar qué falló para que se
diera este desenlace, dado que el hombre había sido denunciado varias veces.
Al día siguiente de que se conociera el
fallo judicial que procesó al agresor por homicidio especialmente agravado, una
periodista compartía con sus seguidores de Twitter “el nombre del hijo de
puta”: Roberto Timbal. Detalle: Timbal no era “el hijo de puta”, sino que era
el juez de la causa. Alguien corrigió el error y todo siguió, como si nada.
Todo rápido, todo efímero. ¿Algún medio
siguió este caso? ¿O se limitaron a informar los hechos más crudos y a mostrar
la fachada de la casa donde vivía la mujer con sus tres hijos? Nadie agregó
datos nuevos, nadie ayudó a comprender. Pasaron pocos días para que esta
noticia perdiera importancia, ya que otro caso policial sacudió a las
redacciones periodísticas. Daiana Martínez, de 13 años, fue violada y asesinada
en la localidad de Lorenzo Geyres, departamento de Paysandú. Los medios, de
nuevo, publicaron fotos de la casa de uno de los asesinos, dieron información
sobre ellos e incluso sobre sus familiares. Como si importara.
Hace un mes, el caso de los enfermeros
llamó la atención a medios de todo el mundo. La mejor idea que se le ocurrió a
la prensa fue hurgar en los perfiles de Facebook de los involucrados e incluir
en sus notas que uno de ellos practica la religión umbandista. Además, un
portal de noticias publicó el auto de procesamiento sin ningún reparo y divulgó
los nombres de todos los testigos que declararon en el caso, exponiéndolos a
posibles represalias.
Pareciera que estamos todos apurados por
“informar”. ¿No será más importante preocuparnos por informar mejor?
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